miércoles, 26 de enero de 2011

Tratado sobre los vampiros, Dom Calmet

Tratado sobre los vampiros, Dom Calmet.
-Fragmento-.

...Quieres ser informado de todo lo que acontece en Hungría a propósito de algunos que resucitan y dan muerte a muchas gentes del país.

Puedo hablar de ello con fundamento, ya que he estado varios años en esas tierras y soy curioso por naturaleza. He escuchado muchas veces narrar historias infinitas, o hechas pasar por tales, sobre los espíritus y sus sortilegios, pero apenas he creído una sola. Sobre este punto conviene ser cauteloso, y siempre se corre peligro de resultar engañado. Hay, sin embargo, ciertos hechos que no se puede menos que creerlos. En fin, en cuanto a los resurrectos de Hungría el asunto es el siguiente:

Una persona enferma, pierde el apetito, adelgaza evidentemente, y al cabo de ocho, diez, a lo sumo quince días, muere sin fiebre, sin ningún otro síntoma fuera de la magrez y la extenuación.

Se dice comúnmente en esos países que ello proviene de un resucitado que le asalta y le chupa la sangre. La mayor parte de los atacados de este mal cree ver un espectro blanco que lo sigue por todas partes, como la sombra al cuerpo. Cuando estábamos acuartelados en el banato de Temeswar, entre los valacos, dos soldados de la compañía en la cual yo era corneta, murieron de este mal, y muchos también que estaban atacados habrían muerto, si un cabo de nuestra compañía no hubiera hecho cesar el mal con un remedio que suelen practicar los paisanos.

Es uno de los más singulares, y si bien es infalible, jamás lo he leído en ningún ritual. Escuche.

Se busca un joven que pueda creerse aún virgen: se le hace montar en pelo sobre un caballo que nunca haya sido apareado, y de pelo enteramente negro, y se le pasea por el cementerio pasando encima de todas las sepulturas; aquella sobre la que el animal se resista a pasar, no obstante forzárselo a ello con insistencia, se juzga que contiene un vampiro.

Se abre el sepulcro y allí se encuentra un cadáver tan carnoso y bello como si fuera un hombre en tranquilo, dulcísimo sueño; se rompe con una zapa el cuello del cadáver y brota en abundancia sangre viva y roja. Se juraría que el hombre que se degüella fuese de los más sanos y vivientes. Se cubre de nuevo la sepultura, con la seguridad que la enfermedad cesa, y cuantos estaban afectados de ella recuperan poco a poco las fuerzas, como personas extenuadas por una larga dolencia.

Así sucedió con nuestros soldados que estaban enfermos. Yo era en aquel tiempo comandante de la compañía, en ausencia de mi capitán y del lugarteniente, y me desagradó en extremo que sin mí el cabo hubiera hecho esa experiencia. Me contuve con esfuerzo para no obsequiarle con múltiples bastonazos, mercancía que se da a muy buen precio en las tropas del emperador. Hubiera pagado muchísimo por encontrarme presente en aquella operación, pero fue necesario tener paciencia.

Dom Calmet (1672-1757)

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